PAJARITOS

13 de noviembre de 2011 2 comentarios


Pajarito, pajarito ¿ A dónde vas tan rápido? Quédate conmigo.
Te pondré en una jaula dorada.
Comerás cuanto te plazca, beberás cuanto desees.
Pajarito, pajarito ¿Por qué no detienes tu vuelo? Escucha mi deseo ferviente de tenerte conmigo.

El pájaro de colores variados se paró en seco. Su pico se abrió, pero no emitió sonido alguno.
Después siguió su vuelo.
La niña con la tristeza reflejada en la voz, volvió a insistir.
Pajarito, pajarito ¿No quieres ser mi amigo?, me siento sola, todos mis compañeros de colegio tienen algún animal con qué distraerse de sus horas aburridas.
Y yo, ya ves... ninguno.

El pajarito quería marchar, nada debería importunar su vuelo y aquella niña lo estaba haciendo. Volvió a pararse y la miró con su cara diminuta y rojiza.
Sus alas estaban extendidas, prontas a echarse a volar.

La vocecita infantil insistía con dulzura: Serás el pájaro más querido, serás el señor de tu casa, porque nadie te molestará. Yo, cuidaré de ti.
Pajarito, ¿sabes cantar? Si me cantas en las mañanas, yo te daré ración doble. Si me despiertas
con tu cantar, seré feliz al ir al colegio y vendré contenta de tenerte en casa.

Te acariciaré, dejaré la puerta abierta de vez en cuando, y si algún día quieres irte lo harás.
Tenía prisa, y sin embargo...
Tras mucho rato de palabras dirigidas al pajarito, la pequeña comprendió que estaba perdiendo el tiempo.

Supo que no la entendía, que el pájaro era libre y así quería seguir.
Marchó cabizbaja, hacia su casa, con la mochila a la espalda y el corazón encogido. Una furtiva lágrima rodó por su rostro de piel sedosa. Su manita la recogió antes de caer, y la miró con ojos apenados. De repente notó una ligera opresión en su hombro.
Giró su cabecita y quedó muda por la sorpresa: ¡El pajarito se le había posado!
No sabía si saltar de la alegría o llorar hasta secarse. El pájaro debió intuir esa amalgama de sentimientos, pues así como por arte de magia, de su pico comenzaron a brotar los trinos más bonitos que se hubiesen oído jamás. Al menos para los oídos de la niña.

Y juntos caminaron por el camino de regreso a casa. La niña y su pájaro.
La jaula dorada, la comida y la bebida...
Todo lo prometido, incluida la felicidad era cierto, pero hubo un detalle que añadir: la puerta de la jaula siempre permaneció abierta.

El pájaro no escapó. El pajarito fue fiel a esa amistad, a ese cariño a esa niña que creció con el...
Cada amigo representa un mundo dentro de nosotros, un mundo que tal vez no habría nacido sino lo hubiéramos conocido.

Autora: Anaïs Nain.








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